14 septiembre 2008

Encrucijadas

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Salió a la calle y el sol lo deslumbró por unos segundos, el calor de la media tarde lo invadía todo. Había decidido marcharse ya del piso de su hermano, ya había sido bastante amable por su parte el haberlo invitado a comer, como para además tenerlo que aguantar todo el día en el piso, mientras toda la limpieza del domingo se retrasaba.
Así que encendió su reproductor de música, deslizó su dedo pulgar hasta encontrar esa canción que tanto le gustaba, pulso un botón y se puso a caminar. No tardó en llegar al final de la calle, donde esta desembocaba en una carretera bastante transitada. Miró a los dos lados.
A la derecha, su camino giraría calle arriba y seguiría subiendo hasta llegar a casa, a la izquierda la carretera seguía hasta donde podía ver. No podía saber a ciencia cierta porque, pero no tomó el camino a casa, sino que se echó las manos a los bolsillos y empezó a caminar en dirección contraria, por la pequeña acera que había en el lateral de aquella carretera.
Sabia bien a donde podía llegar por allí, y en ese momento es lo que necesitaba, un lugar donde pensar y respirar, donde perderse. Sus pasos eran lentos, había decidido aprovechar cada uno de ellos, el único sonido que le llegaba del exterior era el que producía algún coche al pasar a su lado, mientras la música sonaba.
Pronto llegó al gran portón metálico, este estaba abierto de par en par y la ligera brisa del fin del verano mecía las ramas de los arboles que adornaban todo el parque. Atravesó la entrada y caminó por el paseo empedrado que se dirigía a una curiosa fuente, la cual debido al paso de los años había perdido completamente su forma original a causa del musgo que tenia acumulado por todos lados. El había podido ver esa fuente quizás cientos de veces, no en vano había estado paseando por allí desde que tenia memoria, así que sabia muy bien donde llevaban los caminos que delimitaba.
A un lado, un puente de piedra llevaba al camino mas rápido para atravesar el parque, al otro, le esperaba un rodeo por todo el borde de este. Suspiró. Notó que la canción que sonaba había cambiado, pero no podía decir lo mismo de lo que le pedía en ese momento una parte de el, así que tomo el camino mas largo.
Los niños reían y corrían mientras sus padres y abuelos les miraban desde los bancos que había esparcidos por todo el recinto, un grupo de ciclistas descansaban sobre el pequeño muro de piedra que bordeaba el lago artificial. El brillo del sol se filtraba entre las hojas de los arboles, haciendo sus rayos visibles a simple vista, impregnándolo todo de calidez, de paz, de domingo. Esa paz lo invadió durante un rato y lo hizo acercarse al mirador que había sobre el lago, desde allí se pudo permitir no pensar en nada y fijarse en cada uno de los detalles de la escena, una vez mas.
Dio la vuelta y siguió su camino, el cual lo lo llevó hasta una zona muy descuidada, donde las plantas empezaban a crecer desafiando a cualquier jardinero que las quisiera mantener a ralla, donde una vez hubo un estanque con mas de una docena de patos que chapoteaban en el agua. Ahora habían drenado el estanque, habían retirado la caseta de los patos y no quedaba ni rastro de ellos. Recordó como siendo un niño a veces sus padres le dejaban llevar algo de pan hasta allí y poder jugar a lanzarlo para que los animales se lo comiesen.
"Todo cambia, aunque sea de manera imperceptible, con el tiempo todo cambia" pensó antes de dirigirse hasta la puerta que le llevaba fuera del parque, donde de nuevo debía tomar una decisión.
Esta vez ni se paró a pensar, giró por el camino mas largo y caminó, caminó, caminó... Ya no se fijaba en el entramado de calles por las que tantas veces había pasado a lo largo de su vida, solo estaba el, nada más. Poco a poco sintió sus pies mas ligeros y aceleró el paso hasta llegar a casa, en el que probablemente seria el barrio mas bullicioso de toda la ciudad. Pero ese domingo no había ruido mas allá de su mente.
Metió la llave el el buzón mientras esperaba el ascensor y comprobó como de nuevo no había ninguna carta que recoger, subió bien alto hasta llegar a su puerta, entró en el piso, abrió la ventana de su habitación y encendió el ordenador. Mientras, se puso cómodo, cogió un vaso de agua y se dirigió de nuevo a su cuarto.
El sol anaranjado ya a duras penas se dejaba ver por encima de los edificios, eran las siete de la tarde. Abrió un documento en blanco y empezó a escribir:

"Salió a la calle y el sol lo deslumbró por unos segundos..."

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03 septiembre 2008

Eden: James

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Respiraba con grandes bocanadas de aire, el viejo camino de montaña que subía a lo alto de la colina no era ni demasiado empinado ni demasiado abrupto, pero a paso ligero podía llegar a agotar a cualquier persona y más aun en verano.
-Si quieres, podemos ir mas despacio -Se dirigió a su acompañante-. No hay necesidad de ir tan deprisa, aun tenemos tiempo de sobras-. Lo cierto es que James no tenia ni idea de que hora era ni de si les daría tiempo a llegar a lo alto, pero cada vez que pensaba en mirar el reloj, un terror descontrolado le recorría el cuerpo.
-Puedo seguir, no te preocupes. He subido a la colina tantas veces como tu... o quizás algunas más. -dijo Maya con cierto rintintín, mientras le dedicaba una mueca.
James y Maya se conocían practicamente desde toda la vida, pero hacia casi un año que se habían empezado a ver como algo mas que unos amigos. Maya siempre se había caracterizado por ser una chica obstinada, y cuando se enamoró de James no le dejó mas opción que sentir lo mismo por ella, lo cual no supuso ninguna tortura para el chico. Maya, a sus ojos era la mas bonita sobre la faz de la tierra, tenia algo que le embelesaba, ya fuese su sonrisa picara o sus grandes ojos verdes.
Cuando llegaron a la cima, pudieron descansar apenas un par de minutos hasta que el reloj de James empezase a pitar.
-En la television dijeron que ocurriría a las ocho, ¿ya son las ocho?.
-No, tranquila. Puse la alarma un poco antes de tiempo -Mintió James.
Los dos dirigieron sus miradas al cielo, los colores cálidos del atardecer estaban atravesados por cientos de nubes en forma de lineas, como las que dejan los aviones, y todas se dirigían en la misma dirección. <>.
Se sentaron apoyados en el viejo árbol de la colina, mirando al horizonte, como tantas otras veces habían hecho ellos y otras parejas que subían a la calma de aquel paraje. La colina de los susurros, la llamaban, porque allí subían los enamorados a susurrarse palabras dulces a los oídos.
Aaaaaaaaaaaaaauuuuuuuuuuuuuuu.... Aaaaaaaaaaaaaauuuuuuuuuuuuuuuuuuu...
Las Sirenas del pueblo empezaron a sonar.
Podía sentir la mano de Maya agarrando con fuerza la suya, mientras el la rodeaba por encima del hombro con el otro brazo. Notaba los pequeños temblores que delataban el nerviosismo de la chica. <<¿O soy yo que tiemblo de puro miedo?>>
Entonces una ráfaga suave de viento lo acarició y empezó a notar un ligero cosquilleo en todo el cuerpo. Sin duda aquello era la onda expansiva, había tardado poco en llegar pese a lo lejos que estaban ellos del origen. Ya no había marcha atrás y solo quedaba contemplar lo que fuese a ocurrir.
Al principio notó como la linea del horizonte se difuminaba, como cuando hace mucho calor y del suelo parecen subir nubes de vapor. Luego pudo ver como el rosado del cielo perdía intensidad y se teñía en cuestión de segundos del negro mas absoluto, mientras bajo el, el mundo perdía uno a uno todos los colores hasta quedar como una fotografía en blanco y negro.
Le costaba mucho respirar y notaba un zumbido en los oídos, era lo único que podía oír. Ni pajaros, ni las sirenas del pueblo, nada. Los ojos le picaban y sentía la boca pastosa, notaba su cuerpo entumecido y le costaba cada vez mas pensar. Pero lucho con todas sus fuerzas para desviar la mirada hacia Maya.
Ella lo miraba con los ojos abiertos como platos, de ellos surgían unas lágrimas extrañamente oscuras y su piel se había cubierto de pecas. Abría y cerraba los labios diciéndole algo que no lograba oír, pero su miedo decía mucho mas que sus palabras.
-Te quiero -dijo James. Pero de su boca no salio sonido alguno, por mucho que lo intentase.
Entonces por el rabillo del ojo vio como el vacio se cernia sobre todo el valle, sobre el pueblo y sobre ellos mismos.

No sabia que lo había despertado, si el dolor que sentía en la nuca o el ruido del despertador que sonaba en la habitación de sus padres. <>. Pensó James.
El reloj de la sala de estar marcaba las siete de la mañana, y en la television daban las primeras noticias del día, en ellas unos científicos de otro país estaban eufóricos acababan de poner en marcha algo que según ellos traería grandes cambios al mundo, una nueva energía que no se agotaba nunca.
James miraba fijamente la television y notó como sus cuerpo se estremeció.
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