04 junio 2010

El y el vacío interminable

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El aire se notaba cargado, y el ambiente frío y poco acogedor. No era de extrañar ya que se encontraba en algún sitio que no alcanzaba a entender, solo percibía una superficie lisa que hacia las veces de suelo y una oscuridad absoluta que le vendaba los ojos, robándole el sentido de la vista. Ni recordaba como había llegado allí ni recordaba el tiempo que llevaba palpando el vacío con sus manos. Sabia que tenia manos porque las había usado para tomar consciencia de si mismo, recorrió su cara, su pelo, su torso y sus piernas para intentar tranquilizarse y saber que todo estaba bien. Pero no causó el efecto deseado, solo podía sentir un miedo y unos nervios atroces ante lo desconocido.

Hasta que una luz iluminó la estancia, o lo que el creía una estancia hasta entonces, ya que aun así no alcanzaba a ver ninguna pared. solo un suelo liso y negro como el carbón. Pero allí estaba, la luz venia de un pequeño objeto que palpitaba radiandolo todo de tonos cálidos y luminosos.
Se acercó gateando, casi arrastrándose y tendió la mano presa de una curiosidad casi hipnótica. El pequeño objeto, ahora mas cerca, era una esfera no mas grande que una moneda y desprendía un calor que en aquellos momentos era lo mas acogedor que podía imaginar y desear.
Temeroso, permaneció unos segundos a pocos centímetros de ella, sin atreverse a tocarla por miedo a las consecuencias. Si la dejaba donde estaba, ese extraño objeto le proporcionaba luz, calor y una extraña sensación que lo hacia sentirse a salvo, pero nada le impedía desaparecer tal y como se había mostrado, de repente. Por el contrario, si lo hacia suyo, las consecuencias eran inciertas, quizás se quemase, quizás lo extinguiese, o quizás aquella esfera se partiría en miles de microscópicos trozos en cuanto lo rozase con la yema de sus dedos.

Se mordió ligeramente el labio inferior para hacerse reaccionar y apresó su pequeño tesoro, el cual permaneció intacto frente al contacto. Con cuidado, cerro la mano sobre el y la oscuridad lo inundó todo de nuevo mientras se incorporaba en el ya no tan frío entorno.

Y abrio la mano para descubrir que donde antes había una cálida esfera, ahora había una igual cálida llave que reposaba sobre su palma mostrando el numero 9 grabado elegantemente sobre el extraordinariamente brillante metal.

Y cerró los ojos para descubrir que en su interior no había tinieblas.
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